A
continuación los comentario al evangelio del Domingo 3° de Adviento, padre
Jesús Álvarez, paulino.
Evangelio Lucas 3,
10-18:
“La
gente le preguntaba a Juan Bautista:"¿Qué debemos hacer? "Él les
contestaba: "El que tenga dos capas, que dé una al que no tiene, y el que
tenga de comer, haga lo mismo. "Vinieron también cobradores de impuestos
para que Juan los bautizara. Le dijeron: "Maestro, ¿qué tenemos que
hacer?". Respondió Juan: "No cobren más de lo establecido. "A su
vez, unos soldados le preguntaron: "Y nosotros, ¿qué debemos hacer?"-
Juan les contestó: "No abusen de la gente, no hagan denuncias falsas y
conténtense con su sueldo. "El pueblo estaba en la duda, y todos se
preguntaban interiormente si Juan no sería el Mesías, por lo que Juan hizo a
todos esta declaración: "Yo los bautizo con agua, pero está para llegar
uno con más poder que yo, y yo no soy digno de desatar las correas de su
sandalia. El los bautizará con el Espíritu Santo y el fuego".
¿Qué debemos hacer?
Sorprende
cómo personas de las más diversas clases y oficios se muestran ansiosas por
saber lo que tienen que hacer para conseguir la paz del corazón en este mundo y
la felicidad de la vida eterna: la gente común, militares, cobradores de
impuestos… Nadie está excluido del amor
de Dios y de la vida eterna, con tal de que la desee de verdad, convirtiéndose
al amor de Dios y del prójimo.
¿Por qué la infelicidad?
La
infelicidad tiene siempre su raíz en el pecado propio y en el ajeno: el mal
hecho, los malos pensamientos, deseos y sentimientos, las malas palabras, las
malas intenciones; con la omisión del bien que podíamos haber hecho, dicho,
pensado, sentido; también las relaciones humanas frías, egoístas, abusivas,
dañinas, autoritarias o pervertidas.
Pero la infelicidad
se debe sobre todo a nuestras relaciones deficientes, nulas o negativas con la
Fuente misma de toda felicidad: Dios. La indiferencia ante Dios es causa todos
los males y pecados.
¿Qué hacer entonces?
Para
ser felices en lo posible en esta vida y plenamente en la eterna, ante todo hay
que reconocer y abandonar las falsas o aparentes felicidades que nos hunden,
sin darnos cuenta, en la infelicidad; y volverse a la felicidad en persona: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro
corazón anda inquieto mientras no descansa en ti” (San Agustín).
Juan
anunciaba la Buena Noticia, que identificaba con la persona del Salvador. Y ese
mismo Jesús se pone a sí mismo cada día
a nuestra disposición como fuente de la felicidad que ansiamos: “Estoy con
ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. Sobre Él tenemos que
modelar nuestra vida humana y cristiana de cada día para que sea de verdad
feliz con la felicidad pascual de Jesús resucitado y presente, que nos está
preparando un puesto de inmensa felicidad eterna.
A
espaldas de Él se pueden lograr satisfacciones pasajeras, ilusorias, pero no la
felicidad que ansiamos desde lo más profundo de nuestro ser, y que buscamos
neciamente una y mil veces allí donde la felicidad no se encuentra.
Se
vuelve con obstinación a las charcas resecas y envenenadas de muerte, como si
nos faltara el sentido común y la razón, pero sobre todo por falta de fe. Jesús nos dice: “Les he comunicado estas
cosas para que mi felicidad esté en ustedes”. Él desea transformar nuestros
sufrimientos en felicidad, nuestra muerte en resurrección y vida eterna. ¿Le
creemos?
Jesús, por ser el
Hijo de Dios, nos posibilita la liberación del pecado y de sus consecuencias, y
nos da la alegría de vivir en el tiempo, y la esperanza de la felicidad eterna.
Jesús no vino para
condenarnos, sino que murió y resucitó a fin de que nosotros resucitemos con él
para la felicidad total que nos está preparando.
No podemos arriesgarla por golosinas que se disuelven o pompitas de jabón que
se esfuman en el aire.
Referencia:
Padre
Jesús Álvarez, “Convertirse a la felicidad”, 13 Diciembre 2012, http://www.zenit.org/article-43864?l=spanish
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