A continuación se
transcribe el interesante artículo: ¿Es probable que alcanzar la felicidad sea
algo imposible?, de Javier Barros Del Villar:
A lo largo de siglos
las personas hemos dedicado una porción considerable de nuestras respectivas
vidas persiguiendo ese estado que llamamos felicidad. Curiosamente existen
innumerables maneras de percibir esta anhelada abstracción –aunque cabe
recalcar que la naturaleza de la felicidad se debate en la frontera que separa
lo conceptual de lo palpable, como una especie de esperanzadora, pero a la vez
ambigua, entidad–.
Incluso, en algún
momento podríamos dudar de la existencia de la felicidad como un estado
‘alcanzable’. Pero lo anterior no es una afirmación en el sentido de que sea un
espejismo o una utopía, sino de que quizá es algo ya implícito en nuestra
existencia, indisociable de nuestra esencia. Es decir, tal vez la felicidad no
es una ‘meta a la cual acceder’, sino una simple región interna esperando a ser
nuevamente develada (tras sacudirse el bagazo culturalmente emocional y las
distorsiones perceptivas).
Independientemente de si la felicidad ‘se
logra’ o simplemente ‘se despierta’, en lo personal creo que esta, más allá de
la sonriente pirotecnia que culturalmente tendemos a asociarle, se manifiesta
en otra abstracción potencialmente asequible: la paz interior, un estado
discreto, estable, y envuelto en rítmica –y resonante– neutralidad.
Deshebrando la felicidad
Para tratar de destilar algunas de las hebras
fundamentales de este fenómeno, y con el fin de acercarnos a algo parecido a
una definición sobre la felicidad, repasemos cómo ha sido esta concebida
por influyentes pensadores e inspiradoras
figuras (a fin de cuentas cuando tratamos de entender algo recurrimos
invariablemente a ese mapa referencial que llamamos realidad).
La felicidad solo es si se comparte
Esta premisa postula
como requisito para alcanzar o lograr la felicidad el acto de compartirla. Y
aquí nos encontramos con una paradójica pincelada: si para ‘tener’ algo primero
debo compartirlo, entonces cómo compartir algo que aún no ‘tengo’. Tal vez aquí
la única fórmula posible sería algo así
como: imagina una porción de felicidad y compártela. En cuanto hayas llevado a
cabo estos dos pasos, entonces esa felicidad inicialmente imaginaria se habrá
ya cristalizado.
Y supongo que a esto
se refería el exquisito Lord Byron cuando afirmaba que todo aquel que desee
acceder al disfrute, debe compartirlo, pues la felicidad, al nacer, viene
acompañada de un gemelo (el otro yo). Por su lado, Camus advertía que “la
felicidad solo se perdona si accedes generosamente a compartirla”.
La felicidad no se busca (resulta de otras
cualidades)
Aquí hay un aspecto que nuevamente coquetea
con la paradoja. Posiblemente la felicidad no debe buscarse como un objetivo,
sino que tras desarrollar ciertas ‘virtudes’, entonces simplemente florece ante
nuestros desinteresados ojos. Orwell afirmaba que la aceptación es
indispensable para ser feliz, mientras que Gandhi apostaba por la congruencia
(“la felicidad ocurre cuando lo que piensas, lo que dices, y lo que haces, se
encuentran en completa armonía”). Bretch advertía que todos persiguen la
felicidad sin darse cuenta que esta se encuentra posada en sus tobillos,
mientras que el filósofo chino, Zhuangzi, era contundente en este sentido: “La
felicidad es la ausencia de la búsqueda de la felicidad”.
La felicidad se dibuja en contraste con su
ausencia
En esta premisa se recurre al entendimiento de
algo a partir de concebir su opuesto y luego, por contraste, dar vida al
‘objeto’ inicial. No podemos descartar que el acceso más rápido a la felicidad
sea el experimentar una profunda tristeza (en un acto metapsicológico que tiene
que ver con el valorar y el agradecer tu condición del momento tras haber
pasado por noches de radical oscuridad). Con su habitual crudeza, Dostoievsky
recalcaba que la mayor felicidad viene tras un encuentro con la fuente primaria
de la infelicidad. Por otro lado, Jung advertía que la felicidad, sin la
tristeza, pierde cualquier sentido de ser (la armónica comunión de opuestos que
promueven ciertas filosofías orientales).
Sugerencias
científicas para alcanzarla
No deja de ser un tanto esquizoide el repasar
las recomendaciones que la ciencia nos convida para consagrar nuestro encuentro
con esa idílica compañera. Pero tampoco debiéramos dejar de celebrar que la
ciencia contemporánea dedique recursos a profundizar en aspectos como este que
resultan en fenómenos determinantes para el ser humano. A continuación algunas
recomendaciones, cortesía de la ciencia, para alcanzar la felicidad:
- ‘Culturizate’: Según un estudio publicado en
Journal of Epidemiology (mayo 2012), las personas que frecuentan actividades
culturales reportan mayores índices de felicidad.
- Practica el agradecimiento: En 2010
investigadores repasaron cerca de cincuenta estudios relacionados con la
felicidad y concluyeron que el ser agradecido incrementa significativamente tus
probabilidades de ser feliz.
- Altruismo: el ‘sentir que haces sentir bien
a los demás” facilita la communion con la felicidad.
- No la busques: coincidiendo con Bretch y
Zhuangzi, investigadores de la Universidad de Denver se percataron que aquellos
que se concentran demasiado en ser felices terminan surfeando las mieles de la
tristeza.
- Ten sexo y procura el contacto físico:
estudios publicados en Journal of Sexual Medicine (2008) y en el Social
Psychological and Personality Science (2010) comprobaron que una actividad
sexual regular, así como una recurrente dosis de abrazos, inciden positivamente
en los niveles de felicidad.
Conclusión (Algunos ingredientes esenciales)
No deja de llamar la atención como las posturas
recopiladas entre Orwell, Gandhi, Byron, y compañía, se reflejan casi
diametralmente en los hallazgos científicos (lo cual nos recuerda que a fin de
cuentas la observación es el alma de la más refinada ciencia). Y luego de
introducir, hipotéticamente, el fenómeno de la felicidad, de remitirnos
brevemente a algunas posturas sobre ella, y de repasar podríamos convenir en lo
siguiente:
La felicidad se encuentra ligada a la
capacidad de ejercer un cúmulo de virtudes concretas, por ejemplo la congruencia –la sincrónica
sintonización de nuestras distintas facetas o planos de acción–. También
podríamos afirmar que para generarla primero (o simultáneamente en universos
paralelos) hay que compartirla, y que muy probablemente no tenga que ver con un
estado de ánimo espectacular o una optimista euforia, sino con una frecuencia
más parecida a esa sobria calma que podríamos llamar ‘paz interior’ (algo así
como contemplarnos frente a un espejo, en silencio, y degustar imperturbables
el reflejo de todo el universo). Complementariamente
parece que es fundamental, para conseguirla, el no buscarla, y que es mucho más
fácil que florezca entre experiencias memorables que entre suntuosas
pertenencias.
Y para concluir debo confesar que dentro de
los múltiples aspectos de la felicidad que recorrimos, el que más me apasiona
es aquel que se relaciona con la posibilidad de que esta no exista, al menos no
como usualmente la concebimos: como algo externo, asequible, contemplable. Me
da la impresión que la felicidad es, por el contrario, un estado
suficientemente interno para ser inconcebible, y todo indica que la felicidad
no se alcanza, simplemente se es. No se trata de lograr ser feliz sino de darte
cuenta que siempre lo has sido y que solo necesitas comenzar a platicártelo.
Referencia:
Javier Barros Del
Villar, “¿Es probable que alcanzar la felicidad sea algo imposible?”, 17
Octubre 2012, http://pijamasurf.com/2012/10/es-probable-que-alcanzar-la-felicidad-sea-algo-imposible/
No hay comentarios:
Publicar un comentario