Reproducción de una muy
interesante conversación de amigos, relatada por Sr. Frei Betto:
Un grupo de amigos
conversaba sobre el mayor bien que un ser humano puede obtener y todos buscan,
incluso, al hacer el mal: la felicidad. ¿Quién es una persona feliz?; ¿qué es
lo que hace feliz a uno?
Como no se trataba de un
grupo de personas que considera que la felicidad reside en la fama, el poder o
el dinero —pues citamos a conocidos nuestros que a pesar de tener esos bienes
reflejan una profunda infelicidad—, decidimos recurrir a los filósofos, como
guías sabios de la razón.
En la Apología de
Platón, Sócrates interpela a un amigo querido: "¿No te avergüenzas de
preocuparte por las riquezas, para ganar lo más posible, y por la fama y las
honras públicas, en vez de preocuparte por la sabiduría, la verdad y tu alma,
de modo que te sientas cada vez más feliz?".
Si para Epicuro la
felicidad consiste en la ausencia de dolor y de sufrimiento, para Descartes
sería el "perfecto contentamiento de espíritu y la profunda satisfacción
interior (... ), tener el espíritu perfectamente contento y satisfecho".
¿Será que la ausencia de
dolor y sufrimiento es suficiente para que una persona sea feliz? Descartes
viene al rescate de Epicuro al constatar la "profunda satisfacción
interior". Leibniz dirá que "es el placer que el alma siente cuando
considera que tiene garantizada la posesión de un bien presente o futuro".
Y Kant, la "satisfacción de todas nuestras inclinaciones", para, a
continuación, enfatizar: "Es el contentamiento del estado en que nos
encontramos, acompañado de la certeza de que es duradero".
Sartre dirá que la
felicidad es como "una conducta mágica que tiende a realizar, por
encantamiento, la posesión del objeto deseado como totalidad instantánea".
Como se ve —señaló uno
de los amigos— hay quien considera la felicidad un estado de espíritu, una
derivación de la subjetividad, y quien la atribuye a la posesión de algo
(poder, riqueza, salud, bienestar... ).
Estuvimos de acuerdo en
que, en la sociedad neoliberal en que vivimos, el ideal de felicidad está centrado
en el consumismo y en el hedonismo. Lo que no significa que, de hecho, ella sea
el resultado, como sugiere la publicidad, de la posesión de bienes materiales o
de la suma de placeres.
Recordamos una lista de
celebridades que, a pesar de tener fortuna y éxito, llevaron una atribulada
vida de infortunios. Muchos tuvieron una muerte precoz por exceso de
medicamentos para tapar los agujeros del alma.
Uno de los contertulios
observó que el Cristianismo, ante el sufrimiento humano, fue sabio al trasladar
la felicidad completa de la Tierra al Cielo, aunque admitiendo que aquí en esta
vida se pueden tener momentos de felicidad. A lo cual respondió otro que el
Cielo cristiano es solo una metáfora de la plenitud amorosa. Y que Dios es amor
y no hay nada mejor que amar y sentirse amado.
De la felicidad la
conversación derivó hacia el amor. ¿Qué es el amor? Decidimos dejar de lado a
los filósofos y dialogar a partir de nuestras propias experiencias. Uno de los
amigos dijo sentirse feliz por tener un matrimonio estable y dos hijos que solo
le daban alegrías. Otro, en sentido contrario, lamentó no haber encontrado la
felicidad en ninguno de sus tres matrimonios.
Entonces el mayor del
grupo, y no menos sabio, ponderó que una de las grandes inquietudes del mundo
de hoy es que los extraordinarios avances tecnocientíficos promueven una
acentuada atomización de los individuos, obligándolos a perder sus vínculos de
solidaridades (afectivas, religiosas, etc.).
Esos vínculos son
sustituidos por otros, burocráticos, administrativos y, sobre todo, anónimos
(redes sociales), distantes de las antiguas relaciones afectivas entre dos
personas unidas una a la otra bajo el signo de la igualdad y de la fraternidad,
con los mismos derechos y deberes, independientemente de las desigualdades
exteriores.
Lo que hace a una
persona feliz —dijo— no es la posesión de un bien o una vida confortable. Es,
sobre todo, el proyecto de vida que ella asume. Todo proyecto —conyugal,
profesional, artístico, científico, político, religioso— supone una trayectoria
llena de dificultades y desafíos. Pero es apasionante. Y es la pasión o, si
quieren, el amor, lo que llena de sentido nuestra subjetividad. Y todo proyecto
supone vínculos comunitarios. Si el sueño es personal, el proyecto es
colectivo.
Le dimos la razón. Vivir
por un proyecto, una causa, una misión, un ideal o, incluso, una utopía, es lo
que imprime sentido a la vida. Y una vida plena de sentido es, aunque esté
afectada por dolores y sufrimientos, lo que nos causa felicidad. (Tomado de
Adital)
Referencia:
fREI
Betto, “Búsqueda insaciable de la
felicidad”
17 Agosto 2012
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