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sábado, 1 de septiembre de 2012

La Felicidad según los Filósofos

Reproducción de una muy interesante conversación de amigos, relatada por Sr. Frei Betto:
Un grupo de amigos conversaba sobre el mayor bien que un ser humano puede obtener y todos buscan, incluso, al hacer el mal: la felicidad. ¿Quién es una persona feliz?; ¿qué es lo que hace feliz a uno?
Como no se trataba de un grupo de personas que considera que la felicidad reside en la fama, el poder o el dinero —pues citamos a conocidos nuestros que a pesar de tener esos bienes reflejan una profunda infelicidad—, decidimos recurrir a los filósofos, como guías sabios de la razón.
En la Apología de Platón, Sócrates interpela a un amigo querido: "¿No te avergüenzas de preocuparte por las riquezas, para ganar lo más posible, y por la fama y las honras públicas, en vez de preocuparte por la sabiduría, la verdad y tu alma, de modo que te sientas cada vez más feliz?".
Si para Epicuro la felicidad consiste en la ausencia de dolor y de sufrimiento, para Descartes sería el "perfecto contentamiento de espíritu y la profunda satisfacción interior (... ), tener el espíritu perfectamente contento y satisfecho".
¿Será que la ausencia de dolor y sufrimiento es suficiente para que una persona sea feliz? Descartes viene al rescate de Epicuro al constatar la "profunda satisfacción interior". Leibniz dirá que "es el placer que el alma siente cuando considera que tiene garantizada la posesión de un bien presente o futuro". Y Kant, la "satisfacción de todas nuestras inclinaciones", para, a continuación, enfatizar: "Es el contentamiento del estado en que nos encontramos, acompañado de la certeza de que es duradero".
Sartre dirá que la felicidad es como "una conducta mágica que tiende a realizar, por encantamiento, la posesión del objeto deseado como totalidad instantánea".
Como se ve —señaló uno de los amigos— hay quien considera la felicidad un estado de espíritu, una derivación de la subjetividad, y quien la atribuye a la posesión de algo (poder, riqueza, salud, bienestar... ).
Estuvimos de acuerdo en que, en la sociedad neoliberal en que vivimos, el ideal de felicidad está centrado en el consumismo y en el hedonismo. Lo que no significa que, de hecho, ella sea el resultado, como sugiere la publicidad, de la posesión de bienes materiales o de la suma de placeres.
Recordamos una lista de celebridades que, a pesar de tener fortuna y éxito, llevaron una atribulada vida de infortunios. Muchos tuvieron una muerte precoz por exceso de medicamentos para tapar los agujeros del alma.
Uno de los contertulios observó que el Cristianismo, ante el sufrimiento humano, fue sabio al trasladar la felicidad completa de la Tierra al Cielo, aunque admitiendo que aquí en esta vida se pueden tener momentos de felicidad. A lo cual respondió otro que el Cielo cristiano es solo una metáfora de la plenitud amorosa. Y que Dios es amor y no hay nada mejor que amar y sentirse amado.
De la felicidad la conversación derivó hacia el amor. ¿Qué es el amor? Decidimos dejar de lado a los filósofos y dialogar a partir de nuestras propias experiencias. Uno de los amigos dijo sentirse feliz por tener un matrimonio estable y dos hijos que solo le daban alegrías. Otro, en sentido contrario, lamentó no haber encontrado la felicidad en ninguno de sus tres matrimonios.
Entonces el mayor del grupo, y no menos sabio, ponderó que una de las grandes inquietudes del mundo de hoy es que los extraordinarios avances tecnocientíficos promueven una acentuada atomización de los individuos, obligándolos a perder sus vínculos de solidaridades (afectivas, religiosas, etc.).
Esos vínculos son sustituidos por otros, burocráticos, administrativos y, sobre todo, anónimos (redes sociales), distantes de las antiguas relaciones afectivas entre dos personas unidas una a la otra bajo el signo de la igualdad y de la fraternidad, con los mismos derechos y deberes, independientemente de las desigualdades exteriores.
Lo que hace a una persona feliz —dijo— no es la posesión de un bien o una vida confortable. Es, sobre todo, el proyecto de vida que ella asume. Todo proyecto —conyugal, profesional, artístico, científico, político, religioso— supone una trayectoria llena de dificultades y desafíos. Pero es apasionante. Y es la pasión o, si quieren, el amor, lo que llena de sentido nuestra subjetividad. Y todo proyecto supone vínculos comunitarios. Si el sueño es personal, el proyecto es colectivo.
Le dimos la razón. Vivir por un proyecto, una causa, una misión, un ideal o, incluso, una utopía, es lo que imprime sentido a la vida. Y una vida plena de sentido es, aunque esté afectada por dolores y sufrimientos, lo que nos causa felicidad. (Tomado de Adital)
Referencia:
fREI Betto, “Búsqueda insaciable de la felicidad”
17 Agosto 2012

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