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martes, 18 de diciembre de 2012

Convertirse a la Felicidad

A continuación los comentario al evangelio del Domingo 3° de Adviento, padre Jesús Álvarez, paulino.
 
Evangelio Lucas 3, 10-18:
“La gente le preguntaba a Juan Bautista:"¿Qué debemos hacer? "Él les contestaba: "El que tenga dos capas, que dé una al que no tiene, y el que tenga de comer, haga lo mismo. "Vinieron también cobradores de impuestos para que Juan los bautizara. Le dijeron: "Maestro, ¿qué tenemos que hacer?". Respondió Juan: "No cobren más de lo establecido. "A su vez, unos soldados le preguntaron: "Y nosotros, ¿qué debemos hacer?"- Juan les contestó: "No abusen de la gente, no hagan denuncias falsas y conténtense con su sueldo. "El pueblo estaba en la duda, y todos se preguntaban interiormente si Juan no sería el Mesías, por lo que Juan hizo a todos esta declaración: "Yo los bautizo con agua, pero está para llegar uno con más poder que yo, y yo no soy digno de desatar las correas de su sandalia. El los bautizará con el Espíritu Santo y el fuego".
 

¿Qué debemos hacer?
Sorprende cómo personas de las más diversas clases y oficios se muestran ansiosas por saber lo que tienen que hacer para conseguir la paz del corazón en este mundo y la felicidad de la vida eterna: la gente común, militares, cobradores de impuestos… Nadie está excluido del amor de Dios y de la vida eterna, con tal de que la desee de verdad, convirtiéndose al amor de Dios y del prójimo.
 
¿Por qué la infelicidad?
La infelicidad tiene siempre su raíz en el pecado propio y en el ajeno: el mal hecho, los malos pensamientos, deseos y sentimientos, las malas palabras, las malas intenciones; con la omisión del bien que podíamos haber hecho, dicho, pensado, sentido; también las relaciones humanas frías, egoístas, abusivas, dañinas, autoritarias o pervertidas.
 
Pero la infelicidad se debe sobre todo a nuestras relaciones deficientes, nulas o negativas con la Fuente misma de toda felicidad: Dios. La indiferencia ante Dios es causa todos los males y pecados.
 
¿Qué hacer entonces?
Para ser felices en lo posible en esta vida y plenamente en la eterna, ante todo hay que reconocer y abandonar las falsas o aparentes felicidades que nos hunden, sin darnos cuenta, en la infelicidad; y volverse a la felicidad en persona: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón anda inquieto mientras no descansa en ti” (San Agustín).
 
Juan anunciaba la Buena Noticia, que identificaba con la persona del Salvador. Y ese mismo Jesús se pone a sí mismo cada día a nuestra disposición como fuente de la felicidad que ansiamos: “Estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. Sobre Él tenemos que modelar nuestra vida humana y cristiana de cada día para que sea de verdad feliz con la felicidad pascual de Jesús resucitado y presente, que nos está preparando un puesto de inmensa felicidad eterna.
 
A espaldas de Él se pueden lograr satisfacciones pasajeras, ilusorias, pero no la felicidad que ansiamos desde lo más profundo de nuestro ser, y que buscamos neciamente una y mil veces allí donde la felicidad no se encuentra.
 
Se vuelve con obstinación a las charcas resecas y envenenadas de muerte, como si nos faltara el sentido común y la razón, pero sobre todo por falta de fe. Jesús nos dice: “Les he comunicado estas cosas para que mi felicidad esté en ustedes”. Él desea transformar nuestros sufrimientos en felicidad, nuestra muerte en resurrección y vida eterna. ¿Le creemos?
 
Jesús, por ser el Hijo de Dios, nos posibilita la liberación del pecado y de sus consecuencias, y nos da la alegría de vivir en el tiempo, y la esperanza de la felicidad eterna.
 
Jesús no vino para condenarnos, sino que murió y resucitó a fin de que nosotros resucitemos con él para la felicidad total que nos está preparando. No podemos arriesgarla por golosinas que se disuelven o pompitas de jabón que se esfuman en el aire.
 
Referencia:
Padre Jesús Álvarez, “Convertirse a la felicidad”, 13 Diciembre 2012, http://www.zenit.org/article-43864?l=spanish

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