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martes, 24 de enero de 2017

Historia de la Felicidad

 
A continuación se entrega un resumen del interesante artículo de Cristina Sáez, sobre la historia de la felicidad, que concluye que: “El ser humano siempre ha aspirado a alcanzar la felicidad; de hecho, es un instinto evolutivo que ha permitido a nuestra especie sobrevivir”, comentando a su vez que el concepto de felicidad ha cambiado desde los inicios del ser humano.
 
Nos dice:
 
El origen de la “Felicidad”:
Desde que el ser humano pisa la faz de la Tierra ha tratado de algún modo u otro de encontrar la dicha. Y de eso hace ya 400.000 años. Dicen los científicos que si no, no hubiéramos podido sobrevivir. Que si la mayoría de los individuos de la especie no se hubieran sentido satisfechos o no hubieran tratado de conseguirlo, se habrían autodestruido, habrían perdido interés por la procreación y, probablemente, se habrían extinguido. Tratar de ser feliz es un mecanismo evolutivo impreso en nuestros genes.
 
 Y, sin embargo, "el concepto es tan indeterminado que aunque todo el mundo desee conseguirla, nadie puede decir de forma definitiva y firme qué es lo que realmente desea y persigue", advirtió ya en el siglo XVIII el filósofo alemán Immanuel Kant. No sólo nos resulta complicado definir qué es la felicidad, sino también qué nos hace felices.
 
La idea de la Felicidad:
Aunque solemos dar por sentado que tenemos derecho a ser felices, se trata de una idea bastante reciente, como explica el historiador Darrin Mc-Mahon en Una historia de la felicidad (Taurus, 2005). Es más, esa idea procede de la Ilustración, en el siglo XVIII. Sin embargo, del concepto de felicidad se empezó a hablar mucho antes. La mención más antigua que se conserva es del siglo VIII a. C., y, como ocurrió durante toda la antigüedad, estaba ligada a la tragedia. De llegar, era algo que simplemente sucedía, no se podía hacer nada por conseguirla, de manera que la gente, impotente, esperaba resignada.
 
Orígenes de la palabra Felicidad:
La relación entre la dicha y la fortuna marcó el nacimiento de vocablos en la mayoría de las lenguas indoeuropeas para designar este concepto. Happiness proviene del inglés medio happ que significa ocasión, fortuna. El término francés, bonheur, procede de bon (bueno) y heur (suerte o fortuna). En italiano, español, portugués y catalán, felicità, felicidad, felicidade y felicitat derivan del término en latín felix, que a veces significa suerte y, otras, destino. Y, curiosamente, aunque es en los albores de la humanidad cuando se empieza a relacionar la felicidad con el azar, la mayoría de las palabras que surgen para denominar este concepto no aparecen hasta mucho después, hasta la edad media, una época en que la gente era de todo menos feliz en este planeta.
 
La Felicidad y su relación con Dios:
Durante siglos, el cristianismo establecería una asociación, apuntada ya por Aristóteles, entre felicidad y Dios, y la asociaría a paraísos prometidos. En la edad media, todo el mundo tenía derecho no a ser feliz, sino a albergar la esperanza de serlo en otra vida. Y por aquella recompensa las personas soportaban todo tipo de sufrimientos terrenales.
 
La Felicidad en el Renacimiento:
El humanista, orador, educador y filósofo italiano Lorenzo Valla y más tarde el pensador inglés John Locke, considerado el padre del empirismo y del liberalismo moderno, pensaban que la felicidad era el máximo placer que se podía obtener. En este sentido, es una postura ante la vida mucho más hedonista; y la felicidad empieza a tener un significado más social: es aquel placer o estado placentero que se puede extender a un mayor número de personas".
 
La Felicidad como derecho del individuo:
En la Ilustración filósofos como Voltaire y Rousseau afirman que felicidad no es un capricho del destino, ni tampoco un don divino que uno recibe como premio a un buena conducta en vida, sino algo que todos deberíamos alcanzar en la Tierra, aquí y ahora. "El ser humano tiene derecho a ser feliz y es misión del gobernante conseguirlo", puntualiza Queralt. La importancia que se le da a este concepto es tanta que dos textos fundamentales en la política de la época - y también en la actualidad- como son la Declaración de Independencia de Estados Unidos (1776) y la Declaración de los Derechos del Hombre (Francia, 1789) establecen el derecho a "la felicidad de todos". "Los seres humanos iniciaban una grandiosa búsqueda que todavía continúa", señala McMahon.
 
La Felicidad en el siglo XIX:
Nuestros abuelos vivieron épocas de penurias y una guerra civil, y tal vez, su prioridad sería poder vivir con tranquilidad satisfaciendo sus necesidades básicas y alimentar a su familia gracias a un empleo fijo. Tal vez su felicidad se encontraba justo ahí, en ese pequeño negocio o en ese puesto de trabajo para toda la vida, un concepto que hoy parece pertenecer a la noche de los tiempos.
 
La Felicidad en el siglo XX:
Para nosotros, en cambio, las prioridades han cambiado. En el primer mundo, con una esperanza de vida al nacer que prácticamente dobla la de principios de siglo y con las necesidades básicas más que cubiertas, la felicidad, además, está en otras cosas: disfrutar de los placeres de la vida, tender hacia la realización personal... No es casualidad probablemente que la segunda mitad del siglo XX haya visto florecer las aficiones y los hobbies, y posiblemente tampoco lo sea que, con una esperanza de vida que supera los 80 años, la gente tenga bastante claro que una pareja no tiene que ser necesariamente para toda la vida.
 
Pero, en buena parte, en la segunda mitad del siglo pasado, nuestra felicidad ha tenido que ver con el consumo. Para el filósofo francés Pascal Bruckner, autor del libro La euforia perpetua sobre el deber de ser feliz (Tusquets, 2001), el problema es en buena medida que se ha confundido bienestar con felicidad. "Hay una aparición de las nuevas necesidades que tiene que ver con el confort, que son bienes materiales. Y es como si esos bienes se personalizaran de tal manera que nos individualizan, como el ordenador, el iPod, o el móvil".
 
Desde la década de los 50, la esperanza de vida ha aumentado en cantidad pero también en calidad. La Segunda Guerra Mundial, señala María Pilar Queralt, acabó con los fascismos, y se pensó que quedaba entonces garantizado un mundo libre; se había superado la crisis del 29, por lo que se abrió un periodo de bonanza económica sin precedentes; el auge de la ciencia y la técnica permitía augurar un mundo sin enfermedades y sin distancias. Todo eso propició la sensación de que ya estaba todo conseguido y que aquel era un mundo en el que el esfuerzo no era un mérito, como podía serlo en el siglo XIX. Por ello, "ahora tienes que ser feliz, es casi una obligación".
 
Se estableció un sistema basado en el incentivo del consumo, en el que el mercado se convertía en una fuerza reguladora de la economía, y la oferta y la demanda se generan mutuamente. Por primera vez en la historia, apareció un sistema de consumo masivo basado en el pleno empleo y en el aumento del poder adquisitivo de los ciudadanos. Y la felicidad requería, en buena medida, poder consumir. "Se confundía el tener con el ser", opina Queralt.
 
La Felicidad en el siglo XXI:
No obstante, desde comienzos del siglo XXI, para Asun Mena, el concepto de felicidad en los países occidentales está cambiando de nuevo, y el consumo no tiene ese papel protagonista, un cambio que, el tiempo lo dirá, posiblemente se esté viendo favorecido por la actual crisis económica. A comienzos de los años 90 aún imperaba el modelo consumista capitalista heredado tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. "La felicidad radicaba en conseguir ser alguien, en tener un estatus y la exigencia social era muy elevada, tanto que a veces teníamos que renunciar a la vida familiar y personal. Antes la trayectoria para llegar a la meta suponía dolor y sacrificio. Se basaba en el consumo, eras feliz si podías consumir". Pero ese modelo consumista, considera esta psicóloga social, se agotó.
 
En cambio, opina esta psicóloga social, el concepto que la sociedad occidental actual tiene del consumo se está transformando y dirigiendo hacia "ser tú mismo y experimentar. Damos más importancia al viaje que al destino en sí. Sabemos que queremos conseguir algo, pero el cómo lo hagamos es lo importante". Eso, dice Mena, nos causa menos frustración.
 
El Resumen:
Y es que, resume Queralt del Hierro, "el ser humano es cambiante, absorbe su entorno, los avances de su época, nunca puede tener un concepto anclado, estático, aunque se sigue pensando, fundamentalmente, tal y como decía Aristóteles, que para ser feliz había que tener tres clases de bienes: externos, como la riqueza o los honores; del cuerpo, como el placer y la salud; y del alma, como la contemplación y la sabiduría. La relación entre esos tres elementos en cada época cobra un valor diferente y se adapta para llegar al equilibrio. En historia, te das cuenta de que la felicidad es una posición ante la vida".
 
Referencia:
-      Citado en: Cristina Sáez, “Historia de la Felicidad”, http://www.lavanguardia.com/vida/20100710/53961629105/historia-de-la-felicidad.html?utm_campaign=botones_sociales, 10 julio 2010.
-      Imagen obtenida de: http://es.slideshare.net/albertofilosofia/el-ser-humano-3411336, 24 enero 2017.

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